1. Poesía y pintura. El museo sin paredes
Un poeta recorre el museo. El encuentro de la experiencia verbal con la experiencia óptica ha generado diversas modalidades elocutivas, a medio camino entre la abigarrada expresión del hórror vacui y las sutilezas inherentes al ejercicio de la écfrasis. La pinacoteca ha sido fuente y motivo de inspiración para toda clase de escritores. Sin embargo, resulta menos habitual que la figuración literaria plasme la itinerancia del sujeto mientras atraviesa la galería, deslumbrado por las obras expuestas o inmerso en sinuosas cavilaciones al pie de las telas. En este caso, el museo se convierte en un entorno narrativo que cuenta con el espectador, porque su relato se articula conjuntamente con el del visitante. La voz en off del museo —epítome del “archivo cultural” (cf. Groys [1992] 2005: 149-155)— le indica al observador los huecos de sentido que debe rellenar o el orden al que debe subordinar su trayecto. De esta manera, la crónica del autor se adscribe a un territorio genérico poco determinado, donde concurren la compulsión descriptiva del libro de viajes, el didactismo de las guías de arte, la escenografía dramática y una atmósfera no exenta de lirismo.
La contemplación no supone un ritual inmóvil, sino que se rige por las tecnologías percepetuales imperantes en cada época. Los diferentes modos de ver un lienzo comprenden el registro de la mirada, la impresión del vistazo y la “elipse verboescópica” que planea sobre una realidad evanescente (cf. Martín-Estudillo 2007: 125-130). En efecto, “aunque toda imagen encarna un modo de ver, nuestra percepción […] de una imagen depende también de nuestro propio modo de ver” (Berger [1972] 2002: 16). Esta prolija trama de correspondencias destaca las conexiones que se establecen entre la obra de arte y su espectador. Desde el sintagma horaciano ut pictura poesis hasta el Laocoonte de Lessing, la discusión comparatista sobre los medios de representación de la escritura y de la pintura constituyó un tópico al que se plegaron con entusiasmo los artífices de ambas disciplinas. La división normativa de Lessing, que asignaba a las artes plásticas la sustancia espacial y a las artes verbales la continuidad temporal, implicó una llamada al orden que parecía poner las cosas en su sitio. No obstante, la visita al museo desmiente la rigidez de esta taxonomía, pues la sucesividad de la mirada aporta dinamismo a lo que para Lessing solo poseía una superficie estática. El movimiento de ida y vuelta entre la visión y lo visto desemboca en una “fusión de horizontes”, según los términos de Gadamer. El juicio subjetivo se incorpora a la observación, gracias a la interdependencia entre las propiedades del objeto y la huella psicológica que tal objeto imprime en quien lo admira. Por tanto, la recreación literaria se transforma en una operación creativa. La pinacoteca se concibe como una obra abierta, un libro infinito o un laberinto discursivo. Y la lectura del museo se inscribe dentro del artificio estilístico que Riffaterre ha denominado “ilusión de écfrasis”, ya que el autor “sustituye el cuadro por un texto en lugar de traducir la pintura en palabras” (Riffaterre [1994] 2000: 182). Dicha sustitución afecta ahora a un objeto multiplicado (los cuadros) y a su recipiente textual (la galería). Sigue leyendo →